A contraluz

Este fin de semana me tocó hacer limpieza en mis carpetas.
Y es que una, además de la adicción bibliofila, tiene también la de acumular papeles y papeles con el más variopinto contenido. Notas, recortes, apuntes de alguna historia que no llega a ser, fotografías, reportajes viajeros, cromos, folletitos de exposiciones, panfletos de protesta, volantes de actividades, entradas de cine, carátulas de cintas que hace tiempo pasaron a mejor vida, dibujos, servilletas de cafetería, billetes de metro o de tren, sellos y similares van tomando posesión de mi espacio vital poco a poco, lentamente, con cautela, pero de forma inexorable. Por eso, cuando la entropía amenaza con adueñarse por completo de la sala, hay que calarse gafas, desenfundar paciencia y hacer revisión.
Y es que no todos resisten el paso del tiempo y acaban formando un montoncito aparte. Su segunda oportunidad vendrá después de descansar merecidamente en el contenedor azul del reciclaje.
Revisando esos papelajos no son raras las sorpresas, resulta increíble lo que se puede llegar a guardar. En una de las carpetas he encontrado, por ejemplo, los tickets troquelados del comedor del instituto, aquellos que no llegué a usar. Cada mes, un color; treinta y un cuadraditos numerados y el nombre del mes en el espacio sobrante de la cartulina. Y junto a ellos, taquitos a medio usar de descuento en los billetes de bus.
¿Y hoy? Hoy usamos tarjetas magnéticas para ahorrarnos unos céntimos en el bus y en el comedor de mi antiguo instituto un ordenador permite la entrada de la gente mediante un código numérico. Ahora, el identificador de socios de la piscina es un lector de huellas digitales, mientras que yo entonces usaba un pedazo de cartón con un precioso dibujo fotocopiado, mi foto pegada y el cuño correspondiente.
No voy a seguir enumerando el resto de ejemplos que se me han pasado por la cabeza antes de sumirme en uno de esos estados que yo denomino "angustia vital". Y es que esta cuestión en apariencia tan trivial tiene la dudosa virtud de hacerme reflexionar acerca del tiempo... y su relativismo, (que no relatividad).
"Cuando yo era joven, esto se hacía así. Cuando yo era joven, esto se decía asá", me parecía no hace mucho una frase muy propia de mi queridísima mamá. Pero es que los profundos cambios en lo cotidiano de los años recientes le han dado validez en mis labios.
De algún modo me parece que la velocidad vertiginosa en la transformación de los hábitos acelera la manera en que se percibe el paso del tiempo, en especial por comparación con las modificaciones respecto de la generación anterior.
Y así, mientras tomo nota de esta reflexión en mi ciberblog y no en algún diario hecho de papel, me pregunto si Sant Elia y el resto de sus compañeros futuristas serían realmente felices en esta época de cambio continuo.