Era cuestión de tiempo. De muy poco tiempo, en realidad, desde que nuestros ojos pudieron maravillarse con las imágenes enviadas desde nuestro vecino Marte.
¿Vecino? Relativicemos. Asómense a la ventana cuando sea visible, y deténganse a pensarlo. En ese punto brillante del cielo hay un par de ingenios, enviados por nosotros, que surcan el polvo helado de ese planeta y envían imágenes. Yo aún me siento un pelín abrumada.
Y ahora, cuando me entero de que uno de los robots estaba
abriendo un agujero... (Relativicemos de nuevo, un agujerillo de nada: 2,65 x 45,5 mm) ... no se ... casi me pareció mal. Como interrumpir el merecido descanso de alguien muy venerable. (Para los que hayan leído la
Trilogía de Marte de
Kim Stanley Robinson: me sentí más cercana a Ann Clayborne de lo que hubiera podido imaginar, siempre me identifiqué con Nadia).
Pues bueno, eso no es nada. Nada comparado con
esto:
"Cerca de dos millones y medio de personas han comprado propiedades en la Luna y en Marte siguiendo el reclamo de una empresa norteamericana, Lunar Embassy, que las vende a 19,99 dólares el acre o, en versión europea, unos 15 euros (2.500 pesetas) por cada 0,4 hectáreas. No sólo es un precio asequible, subraya la empresa en internet, sino que además recibes, sin contar gastos de envío, un diploma acreditativo que se puede colgar en el despacho, un mapa del lugar y una copia de la Constitución Galáctica.
Recordemos:
La legislación internacional prohíbe registrar como propio o comprar cualquier objeto más allá de la Tierra (concretamente, el Tratado del Espacio Ultraterrestre de la ONU, firmado en 1967 por 90 países, entre ellos EEUU y Rusia).
Pero mejor lean
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