Eran casi la 10:00 de la noche cuando escuché un runrún extraño, acercándose por detrás, mientras caminaba por la calle. Me detuve para volverme y mirar.
La niña llevaba un jersey a franjas naranja y fucsia, pantalones azules, zapatillas naranja con cordones también azules y el pelo muy revuelto.
Juro que no levantaría medio metro del suelo, monopatín incluido. Se balanceaba suavemente en zig zag aprovechando la suave pendiente de aquel tramo, los brazos cruzados sobre el pecho, adusto el gesto.
Me adelantó, esquivándome ágilmente al llegar a mi altura, y al poco desapareció detrás de una curva. Un chico mayor trotaba a su lado.
A los dos segundos había olvidado la escena. Habría pasado a la interminable lista de recuerdos inconscientes si no hubiera escuchado el runrún de vuelta al poco rato, justo cuando me había detenido para observar el cielo.
_ Tenemos que irnos, es muy tarde _ decía el chico.
_ Nooo, aún tenemos mucho tiempo _ respondió la niña.
Me hizo gracia el tono, y bajé la vista hacia la acera.
Y en ese momento lo ví: el desastre inminente, en forma de colisión inevitable.
Por la calle transversal se acercaba un ejecutivo de impecable traje gris, envuelto en una nube de humo. Caminaba deprisa y hablaba, más deprisa aún, por un celular, mientras en la otra mano sujetaba otro móvil y un paquete de tabaco recién comprado. Y no prestaba atención a nada que no fuese aquel teléfono.
Abrí la boca para gritar una advertencia que no era necesaria. Evidentemente la niña me había estado observando y la expresión de mi cara la alertó. Frenó en seco, pinzando el monopatín y recogiéndolo bajo el brazo con sorprendente habilidad. Por desgracia, no fue suficiente para evitar un encontronazo menor.
El chico se estaba disculpando enormemente cohibido, mientras el "caballero" gruñía y protestaba enojado, sin pizca de comprensión:
_ ¿Es que no miras por dondes vas? _ gritaba a la niña que se ocultaba ahora tras el chico, mirando asustada al hombre del traje gris.
_ Lo mismo podría preguntársele a usted - me oí decir.
El intercambio que vino a continuación no merece la pena ser reseñado. El trajeado continuó su camino hablando de nuevo por un movil y, según parecía, mandando un mensaje con el otro; gruñía aún de tanto en tanto. Los chicos siguieron el suyo, ella ahora firmemente tomada de la mano por su compañero, el monopatín confiscado. Se giró mientras se alejaba y me sonrió, saludando con la mano. Sonreí a mi vez y continué con lo mío.
Y apenas habían pasado unos segundos cuando salté como un resorte mirando de nuevo hacia atrás. Pero ya habían desaparecido.
¡Bueno! Quizá ya no estaba, pero
Momo me había sonreído. Y un poco más tarde, un gato negro me daría besitos porque le gustaba el olor de mi pelo.