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Hay quien sueña volar. O que desea volar, aunque sea en sueños. Ese no es mi caso, que yo recuerde.
No, mi anhelo es de otra índole. Yo querría respirar bajo el agua. Conquistar el medio marino, deslizarme por ese medio estremecedoramente silencioso y bello. Para mi desgracia, tampoco he soñado con esto en ninguna ocasión; al menos, ninguna de la que tenga memoria.
Pero anoche soñé
que era un pulpo. Estaba sentado, si una cosa así se puede decir de tal animal, en un alto estrado y ante mí se extendía una especie de anfiteatro atestado de todo tipo de criaturas marinas, las cuales me escuchaban, en apariencia, con mucha atención.
O quizá yo no era el pulpo sino que mi espíritu, tras abandonar mi cuerpo dormido, penetró la conciencia del animal, percibiendo lo que el percibía. En realidad, esto es lo único que importa, el resto
carece del más mínimo interés.
Quedémonos pues, con esto, percibía lo que él percibía y entendía lo que decía, al menos, desde el instante en que empecé a prestarle atención. Y ojalá lo hubiera hecho antes, porque en ese mismo instante mi yo-pulpo decía:
Y desde esta tribuna afirmo que este ser es un besugo con complejo de bonito; vieja lamprea, foca en sus formas y león marino en sus movimientos (por tierra, mi señor, vos siempre me indicais lo pesado que os resulta), sierra y martillo en sus ideales, raya sin horizonte, tiburón de si mismo y rémora de todos los demás, escalador de puestos, piraña de su propia vida, estrella de su propio cielo y camarón que se duerme.
Se defiende como el calamar, escondiéndose tras sus propios desechos (no te enfades primo, he dicho detrás, y no en medio, circunstancia que, por cierto, si acostumbra a hacer también el ser que hoy nos ocupa). Es medusa de venenoso tacto y caballito en la carrera de la estupidez; amante de la manada como la sardina y el bogavante y con tantos tentáculos como un servidor, más agarrado que una lapa, más aburrido que una ostra y más cerrado que un mejillón; amigo de las navajas y percebe en sus planteamientos, tales como defender a toda costa al delfín para masacrar luego a la ballena.
Caracola de ecos y ermitaño caracol de religiones; plancton de los de su especie y pez volador que al salto llama vuelo, etc, etc...
Con todo esto, señores, y más que queda en el tintero, yo sigo teniendo fe en la especie humana.